diciembre 2023 - febrero 2023
Tanta Dinamita, La Cúpula zona 9
La ciudad de Guatemala es rápida, caótica, violenta, sus paisajes son cambiantes y en medio de los grafitis tag y bubble letter encontramos al Ñejo con sus pobladas cejas tan adorable como insurgente él cual no pide un espacio, lo conquista; Así como Robbie Banks creó a Banksy, Frida Kahlo a la Tehuana y todas sus Fridas, David Bowie creó a Ziggy Stardust, Mónica Meliá con la excusa creativa ha dejado salir a su alter ego para reclamar el espacio como propio. El Ñejo que empezó a construir su imperio en el espacio público da un salto para alcanzar un espacio de exposición más formal, oportunidad que nos sirve para reflexionar sobre el papel que ocupan los artistas del presente.
Mónica Meliá encarna el limbo de los artistas actuales, con acentos que se perfilaban desde tiempo atrás, el artista como un emprendedor, particularmente en Guatemala donde la necesidad de autoemplearse es la respuesta a la precariedad institucional, que obliga a recurrir a la independencia laboral.
Para contextualizar la propuesta creativa de Mónica es preciso revisar la figura generacional que viven los artistas emergentes, aunque no tan nuevo desde el perfil mediático por la alta información que circula, esta etapa sí posee particularidades que la definen: crear colaboraciones, comunicación estratégica, neuromarketing y mucha autogestión, sin dejar a un lado el recurso de auto concebirse como una marca. El papel del artista es muy distante al estereotipo del ser misterioso que se dedica sólo a la creación o como vemos en las películas cliché de Hollywood con representantes que les consiguen espacio en importantes galerías, el artista actual es marchante, gestor, su propio agente buscando espacio para exponer.
El Ñejo, una profecía autocumplida, un personaje que nace con su propio mito “construido de buenas intenciones” para aquellos que desean tocarle el trasero como un buda voyerista que deja expuestos sus atributos para la buena fortuna, el cual, estratégicamente ha logrado instalarse en el imaginario de la urbe como un Tzitzimite contemporáneo, un ente de cejas pobladas, trasero voluptuoso, orejas crecidas, como un enunciado de las virtudes de la plastificación, de la hipersexualidad de la imagen contemporánea que no le teme a su sensualidad o simplemente un vórtice donde se condensan las emociones.
Un cúmulo de circunstancias que enumeran la provocativa presencia de un personaje que ya nos da un adelanto del ánimo del titiritero; en este caso, Mónica Meliá que en su momento disruptivo opta por escarbar en su interior para encontrar un ELLO con el que cada uno puede verse reflejado, donde el punto de partida es ella misma, para inventarse un emisario de sus aspiraciones, En esas condiciones es inevitable recordar al Señor Zanahoria de Marvin Olivares que encarnó toda la parafernalia guatemalteca; en su momento “con su nariz de capirote” (en palabras de su creador), logró resumir todas las sinventuras chapinas.
Como el dibujo de Hetcher, dos manos que se dibujan mutuamente, Mónica va gestando el dibujo que a su vez también va reclamando más de ella. Metáfora del arte, el autodescubrimiento, lo que inicia como un boceto adquiere una escala de vivencia a través de una danza infinita de grafito, donde Mónica pasa de artista, a ser una extensión de su personaje, de un mito se transforma en un ente que reclama más del titiritero. Ya no más autora, ahora es la mano de este ser elemental hecho de aerosol, de resina cristal y otras tantas ocasiones de arcilla; de objeto pasa a ser sujeto y nos murmura la emocionalidad que creemos controlar.
Mónica nos trata de materializar en una serie de objetos cotidianos. En su inicio, objetos de consumo donde se reflejaba el diseño que es característico de los creadores de esta etapa generacional, es decir emprendedores; pero ya no es el objeto lo que vende Mónica, ahora son los momentos y emociones condensadas en un artilugio.
Vemos en Mónica cierto cinismo para hacer creer a las personas que son dueñas de las cosas, fingiendo cierta autoridad y poder sobre ellas. Probablemente en el silencio de su estudio solamente es un Gepeto de las redes sociales dando vida a un Pinocho viral de cejas pobladas, que nace como un objeto creativo, pero que con el paso del tiempo está reclamando vida propia y como en el cuento, este ser en 2D va dejando marca a su paso, colándose en las vallas publicitarias de las inmobiliarias, irrumpiendo la comodidad de los hogares virtuales que han impreso en vinil, cual estandartes que anuncian futuras colonizaciones de los barrios populares, es la manera de devolverle, aunque sea de manera simbólica la pedrada a la gentrificación.
Lo que nació como un emprendimiento y se convirtió en una búsqueda de autodescubrimiento ha creado el “Ñejismo”, una ventana donde se nos muestra la opción que siempre hemos tenido y pocas veces la visualizamos: “La conquista de lo que queremos”. Si los mecenazgos cumplieron un papel en la construcción del arte en su etapa intelectual ¿la capacidad de autogestión definirá está etapa creativa?… Esta es la era del artista emprendedor.